
Ayer mi polola Lu me dijo que iba a ir a una fiesta con sus compañeritas y que por eso no se iba a juntar conmigo. Como ni siquiera me invitó a la fiesta yo me piqué pero no le dije nada para ser el pololo cool que quiero ser, y si me preguntaba “qué pasa” yo le decía “nada”, pero con cara de poto. Y de tanto desconsuelo en la tarde me dije “filo, igual puedo vivir sin ella” y para convencerme me armé un panorama. Así que llamé a mi amiga Pepona que ha visto todas las películas románticas del mundo y le pregunté si quería ver esta conmigo. (Mi amiga se llama María José, y como en su casa le dicen Pepa en el colegio le dicen Pepona porque es más corto que decirle Pepa huevona. Cuando la Pepona crezca quiere ser esposa). Bueno, la Pepona me dijo que sí y nos juntamos en el cine que queda cerca de su colegio, o sea, en el centro, que es dónde las cámaras graban todos los asaltos para que después las noticias tengan material. Yo dejé mi teléfono en “discreto” por si me llamaba Lu para decirle “No puedo hablar porque estoy en el cine” y ver si se sentía un poquito como me sentía yo por su fiesta sin mí. Pero bueno, esto es crítica de cine y no
Pasiones del Rumpy, así que después sigo con esta historia.
Ya. Si esta película no se gana al menos nueve Oscars podemos declarar al mundo oficialmente injusto. Aunque digan que los negritos cabezones y con moscas de la Tomb Rider sean argumento suficiente para declarar lo mismo, si esta película no se gana todos los trofeos ya no hay nada más que hacer y bienvenido sea el Apocalipsis, a ver si los testigos de Mormón se callan la boca. (Y que por lo menos alguno de ellos alcance a decir “¿Vieron? Teníamos razón y ustedes no nos abrían la puerta”, pobrecitos)
Esta película es la segunda parte de Máxima Velocidad, pero ahora los personajes decidieron dejar el stress de los ascensores malos y las micros con bombas y se fueron a vivir al campo. Andan con chalecos con cuello, con chaquetas con parches en los codos, barren las hojitas y leen libros que dan sueño delante de la chimenea, y como son millonarios no trabajan nunca y tienen tiempo para escribir cartas todo el día. (Lo que sí nunca comen Sanneh-Nuss) Y por alguna misteriosa razón las cartas que el Queno Reeves le escribe a Miss Simpatía le llegan con dos años de atraso. O sea, él está en el 2004 y ella en el 2006 (uno tiende a identificarse más con ella).
Bueno, aprovecho esta ocasión para mandarle un recado a las pololas de los oficinistas que me rodeaban como el enemigo en el Hoyts San Agustín: ¿Hasta cuándo pinga preguntan tonteras? Miren el afiche: ¿vieron que Dewán sale en blanco y negro y que Miss Simpatía sale en colores? Ya, eso es porque Queno está en el PASADO y la otra está en el FUTURO. O sea, cada vez que vea a Queno Reeves dígale a su cerebro que le sople “2004” y no abra su bocaza más que para bostezar, besuquear a su media alcachofa o para comerse las ramitas que metieron al cine de contrabando porque el popcorn que venden es muy caro, si afuera venden la media bolsa por trescientos pesos. Y si eso lo encuentran confuso por último miren la nieve (esa cosa como algodón que se le pone al árbol de pascua y que cuando pasa en Chile sale en las noticias): Sólo en el tiempo de Dewán hay nieve, en el de la otra hay lluvia. O sea:
Blanco + Queno = 2004.
Lluvia + Simpatía = 2006.
Por la chita que me da rabia, si no pasaban ni dos minutos sin que alguna monga tomara aire y se pusiera a elucrubrar: “Oh… ¿Y por qué le llegan las cartas a ella si viven en la misma casa? Debe ser una casa embrujada porque la hicieron encima de un cementerio”. Esto a los cincuenta minutos de película. Y el pololo con la media cara, pero resignándose igual porque mejor eso a estar solo.
Bueno, la cosa es que McFly se enamora de la comadre con puras cartas (que son metáfora de los mails) y están sonados porque los separan dos años de vida. Eso es lo que más me gustó de esta película, que a pesar de ser de máquina del tiempo, uno igual se lo cree porque no es ni tanto tiempo tampoco, así que no tiene la escena de contraste en que un personaje no sabe ocupar el control remoto o dice algo “irónico” como “¿Google? Eso no va a funcionar” o “Nica reeligen a Bush” o algo así que ya sabemos que ya pasó y que sólo nos da risa a nosotros. Tampoco hacen estupideces como que Queno le pida a Simpatía que le mande los números del Loto o le diga el caballo que gana en el Teletrak (las pololas de los oficinistas querían que pasara esto), pero eso es porque son millonarios. Tampoco es al chancho como esa película en que Superman se enamoraba de la doctora Quinn (la mujer que cura), que era abuelita. (O sea, era una película gerontofílica y la censuraron cuando eso estaba de moda, antes de la pedofilia) En resumen, uno se lo cree todo.
En todas las películas románticas siempre muestran a los personajes haciendo las mismas cosas –estar solo- en paralelo, y esta película es entera así, por lo que uno se emociona y suspira hasta cuando Queno piensa en juntarse con Simpatía. Si se acercan por accidente uno saca el Dualette. Y la idea de que se den un beso llega a dar preinfarto de pura conmoción. También debe ser la película donde uno hace “Aaaaw” más veces por hora. (Las pololas de los oficinistas no decían “Aaw” porque estaban muy ocupadas preguntando tonteras y veían la película en diferido).
Hay hartas tomas de personajes mirando por la ventana en la micro con cara melancólica mientras suena música romántica de fondo, y en general uno quiere puro bajar el compact para que la vida sea igual a las películas. Cuando la película está por terminar yo gritaba y me mordía las uñas porque no quería que pasara algo que podía pasar y quería que puro pasara otra cosa que a lo mejor no pasaba, pero igual en una de esas a lo mejor. Más buena la película.
Así que me salió el tiro por la culata. De tanto ver a Dewán feliz por leer a Simpatía más de menos eché a Lu y me sentí más idiota por haber visto la película sin ella. Pepona quedó tan emocionada que no habló nada hasta que me despedí de ella en el metro y apuesto que estaba pensando en su esposo y en qué pasaría si le deja una carta para ver si a él le llega en el futuro. Y justo ahí me llamó Lu, para decirme que no quería ir a su fiesta y que prefería juntarse conmigo… Y tuve que volver a sacar un Dualette. Porque hasta las películas más lindas pueden pasar en la vida real.
Un sixtillón de estrellas.
© Hermes.